En menos de 15 días hemos tenido
la suerte de poder disfrutar de las dos mejores carreras de la temporada, y de las
más apasionantes desde que los monoplazas se transformaron en híbridos en 2014.
Hemos tenido esa fortuna de poder disfrutar de dos pruebas en las que la garra
de los pilotos y los adelantamientos en pista han superado a la gestión de neumáticos,
a las diferencias entre los coches de distintas escuderías, … en definitiva,
hemos podido disfrutar de lo que realmente es, o fue Fórmula 1: la categoría reina
de un deporte en el que para ganar no hace falta gestionar tanto como atacar, en
la que los ingenieros son solo una parte de la receta del éxito o el fracaso, y
no el total de la misma, una categoría en la que los errores se pagan muy caro
y marcan las diferencias entre los grandes pilotos y los comunes, una categoría
en la que los fans abarrotan los circuitos y demuestran una pasión y entrega
como la “marea naranja” que alentó a Verstappen en el Red Bull Ring el 30 de junio, o la que manteó
a Hamilton en Silverstone, su Silverstone, porque el dominio y el carisma del británico
ha hecho suyo no solo la pista si no también a los aficionados que se reúnen
para disfrutar del Gran Premio más antiguo de la historia.
Sin duda, grandes premios como estos no solo nos hace disfrutar durante el tiempo
que dura una carrera, si no que nos permite reflexionar sobre que ha de cambiar
en el reglamento y en la política que dirigen a esta categoría y que está en manos
de los señores de Liberty Media.
Creo que antes de nada deberían plantearse
si es lógico introducir circuitos urbanos, desalmados, en países sin tradición
de Formula 1, en los que las gradas siempre están medio vacías, simplemente por
intereses económicos o políticos, en vez de priorizar el espectáculo o la
diversión. Es el caso de pistas como la de Bakú, Miami, o Vietnam, pruebas cuya
única razón de estar en el calendario es por la expansión de la marca F1, con trazados
urbanos y aburridos. También es el caso de otras pistas no urbanas como Paul Ricard,
en le que cometer un error no cuesta nada, o la próxima incorporación de Zandvoort,
en la que los pilotos ya avisan que será casi imposible adelantar, el tiempo dirán
si tienen razón o no, pero lo que es seguro es que para dar entrada a estos
nuevos eventos, se están sacrificando pistas clásicas del calendario, que aseguran
espectáculo y además atraen a una cantidad innumerable de aficionados, como son
el caso del GP de México, o el GP de España, incluso el GP de Alemania; por
otro lado peligra el autódromo José Carlos Pace, de Interlagos, que
presuntamente será reemplazado por un nuevo circuito en Rio, cuyo diseño se aleja
de las pistas “old school”, como lo es el circuito en el que vivimos un final
de temporada tan agónico como el de 2008, o 2012. Si algo nos han demostrado
estas dos ultimas carreras es que un circuito difícil, que incite a cometer errores
y que los penalice, al igual que permita adelantar en rectas o en curvas, es lo
más acertado.
Otro aspecto que no se puede evadir
es la necesidad de que los pilotos no se conviertan en administradores de componentes
de motor, goma de sus neumáticos, y combustible de su tanque, y que en cambio
estos puedan tacar, exprimir a fondo sus motores y atacar sin tener que tener
la mente en llegar al final de la temporada con 3 motores para evitar una sanción,
o tener que dejar de apretar porque la degradación de los neumáticos podría obligarles
a parar de nuevo y arruinar así la carrera.
Esta es la Fórmula 1 con la que
hoy en día soñamos, la Fórmula 1 que nos merecemos, y al fin y al cabo la Fórmula
1 que necesitamos.